TODAS LAS VIDAS DEL MUSEO DE BURGOS

La Casa de Miranda, principal edificio del Museo de Burgos, ha sobrevivido desde el siglo XVI a todo tipo de usos y avatares. Ahora está acechado por las goteras, pero ya se salvó de ser desmantelado y vendido a los americanos

Diario de Burgos - 08/12/2014

 

La Casa de Miranda, el edificio principal del Museo de Burgos, tiene casi quinientos años de vida. Su vetusta estructura lo recuerda muy a menudo: no cesa de mostrar achaques indicativos de esa longevidad y, en los últimos tiempos, de una falta de atención en cuestión de mantenimiento, situación que tiene a sus responsables en un ¡ay! permanente. Pero este hermoso palacio renacentista ha demostrado, en su casi medio millar de años, un carácter de superviviente que para sí quisieran otros inmuebles, si quiera los que todavía se hallan en mantillas y creen que la existencia es eterna. Un sencillo repaso a su biografía permite comprobar esta realidad.

La Casa de Miranda fue construida en 1545 por orden de Francisco de Miranda, canónigo de Burgos, abad de Salas y protonotario apostólico de Roma. Aunque no se sabe con certeza, es muy probable que participara en su construcción el maestro Juan de Vallejo, el gran arquitecto de la época. El edificio está construido con piedra de sillería en planta baja y ladrillo en los pisos superiores, y aunque mantiene elementos decorativos goticistas (torres de las esquinas y gárgolas de los aleros del tejado) es una contrucción renacentista.

La principal joya es su patio, de planta rectangular y compuesto por una doble galería articulada por dieciocho columnas rematadas con un llamativo elemento formado por capitel y zapata. La galería superior se cierra con unos antepechos decorados con bustos, figuras humanas, amorcillos, bichas y los escudos de las familias Miranda y Castillo Santacruz. Corona esta galería un friso corrido de relieves de amorcillos, bichas, sirenas, escenas cortesanas y de caza y guirnaldas, junto a motivos heráldicos.

El edificio pasó siglos después a ser propiedad de los Condes de Berberana, hasta que fue enajenado a un particular. Ya en el siglo XIX se estableció en tan noble inmueble una fábrica de velas esteáricas y en la primera década del siglo XX acogió otro negocio, bien diferente: nada menos que una botería. Ya entonces, como advirtió el Conde de Cedillo en un informe a la Real Academia de la Historia, ante «tales cambios de dominio y los inadecuados destinos que últimamente le cupieron» presentaba el palacio un estado que hacía necesaria y urgente una actuación.

EL VAMPIRO DEL ARTE

Patio de la Casa de Miranda

Patio de la Casa de Miranda

Por esa misma época, en la primera década del siglo XX, el dueño del inmueble, llamado, Hermenegildo Barbero, decidió poner a la venta el palacio. El Ayuntamiento de Burgos mostró su interés ofreciendo por él 75.000 pesetas mientras se pensaba en su uso ulterior: orfanato, archivo militar, escuela municipal... Pero irrumpió en escena Lucien L’hotel, ciudadano francés intermediario de William Randolph Hearst, todopoderoso magnate norteamericano y febril coleccionista de arte. Barbero negoció con él y llegaron a un acuerdo: el propietario cobraría 60.000 pesetas por el patio, que sería desmontado y trasladado al extranjero. Pero el acuerdo vio la luz y puso en alerta a los burgaleses: las autoridades pusieron rápidamente en conocimiento del Ministerio de Instrucción Pública el caso y lo denunció en los tribunales. La primera resolución judicial fue favorable, pero la segunda dio la razón a propietario y comprador, así que se recurrió al Tribunal Constitucional. El fallo se produjo en 1914 y fue contrario a los intereses de Burgos, pero ese mismo año la Casa Miranda fue declarada Monumento Nacional. La hábil jugada (no podía salir del país un bien así declarado) encolerizó a Hearst, que llegó a presionar al gobierno español a través del embajador de España en Estados Unidos, quien advirtió a sus jefes: «Puede hacer tanto daño a España en la prensa, que si es posible conservar su amistad, creo que sería muy político el hacerlo».

Finalmente no hubo nada. En 1934 el Ayuntamiento compró la Casa Miranda por 187.220 pesetas para cederlo más tarde al Estado, que lo rehabilitó. En 1955 se convirtió en la sede de lo que hoy es el Museo de Burgos. No han cesado los problemas desde entonces, ahora con goteras que amenazan las cubiertas. Pero la Casa de Miranda es una superviviente. Ojalá mantenga ese espíritu durante muchos siglos más.

 
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