Al pasar del ámbito renacentista al ámbito barroco, enseguida nos vamos a dar cuenta de tres fenómenos que caracterizan a las pinturas de este nuevo período. En primer lugar, el soporte de tabla propio de la etapa anterior se sustituye por el de tela de lienzo; en segundo lugar, podemos apreciar que los temas religiosos siguen siendo los más representados; y, por último, asistimos al auge de un género pictórico, el retrato.
SIGLO XVII Precisamente, a este género pictórico pertenece una de las joyas del Museo de Burgos, el retrato de Fray Alonso de San Vítores, pintado en 1659 por Fray Juan Rizi (1600-1681), que está considerado como uno de los mejores retratos del siglo XVII. La elegante pose del retratado recuerda los grandes retratos papales, particularmente el de Inocencio X de Velázquez. Su mirada consigue transmitirnos la penetración psicológica del prelado, mientras que el fondo nos muestra una magnífica vista contemporánea de la ciudad de Burgos. La muestra de pintura del siglo XVII continúa con un conjunto de obras de tres autores burgaleses: José Moreno, Mateo Cerezo el Viejo y Mateo Cerezo. Este último, Mateo Cerezo (1637-1666), hijo del anterior, es, sin duda, el más destacado. En 1654 se traslada a Madrid, donde se convierte en discípulo de Juan Carreño de Miranda. Entre 1656 y 1659 trabaja en Burgos y Valladolid, hasta que, en 1660, se instala definitivamente en Madrid. Trató sobre todo temas religiosos. Su estilo se encuentra muy afectado por el tenebrismo, apreciándose influencias de Carreño, Francisco de Herrera, Tiziano y Anthony van Dyck. Su pintura es de paleta cálida y variada y composiciones elegantes. Buena parte de su escasa producción puede contemplarse en el Museo de Burgos, donde se expone un conjunto interesante y representativo de este autor (“San Francisco en las zarzas”, “La impresión de las llagas a San Francisco” y “El Cristo de la sangre”). A continuación se muestran obras de menor importancia pertenecientes a las escuelas española, flamenca e italiana, de las que destacamos “San Pedro bautizando a una señora de la aristocracia”, de escuela boloñesa. La escultura del siglo XVII está representada por un San Marcos Evangelista y un San Juan Evangelista de madera marmoleada atribuidos al escultor Pedro Alonso de los Ríos, que proceden del convento burgalés de las Madres Agustinas Canónigas de Santa Dorotea.
SIGLO XVIII Dentro de la pintura del siglo XVIII conviene detenerse a contemplar fundamentalmente cuatro obras. En primer lugar, la Inmaculada Concepción que pinta Antonio Palomino en 1721, que procede del convento de los Padres Carmelitas de Burgos. En segundo lugar, “San Pedro Nolasco redimiendo a un cautivo”, obra pintada por Fray Gregorio de Barambio y procedente del desaparecido convento burgalés de Agustinas de la Madre de Dios. Y, por último, dos cuadros sobre la vida de San Íñigo procedentes del monasterio de San Salvador de Oña: “San Íñigo da a besar un escapulario a tres damas” (Romualdo Pérez Camino) y “La curación de un tullido” (José Antonio Valle y Salinas). En cuanto a la escultura del siglo XVIII, se expone una serie de obras pertenecientes a la escuela castellana: “San Juan Bautista niño”, “Magdalena penitente”, “Santa Isabel” y “Santa Inés de Montepulciano”. |
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